París - 16 y 17 de Octubre, 2010.
Pese a que me hacía ilusión el viaje y sabía que me emocionaría ver la Torre Eiffel de cerca, nunca supuse que el viaje me iba a gustar tanto, que tendría tanto encanto. París es una ciudad llena de cultura y magia, sin olvidar el toque francés de interés personal que le dan sus habitantes.
La primera impresión que me llevé fue la de la red de metros. Las estaciones parecían hormigueros gigantes, laberínticos, y no muy modernos. Los carteles no faltaban, pero al ser una red tan compleja (y completa), a veces moverse también lo era. Muchas estaciones de las que vi tenían decoraciones en azul y blanco, que no sé por qué, me parecía aún más francés. Los músicos y artistas no faltaban en cada metro y estación, y añado que por donde quiera que iba, encontraba españoles hablando.
La segunda impresión que me llevé fue la gente y quizás el comportamiento social -diría-. La gente iba mucho a lo “paso de todo”, pero diría que a su vez, con bastante personalidad. En los chicos se llevan las patillas anchas y las gabardinas -cómo no-. Los de pelo largo parecen tener costumbre de llevarlo en moño. Pero me detendré en las chicas, en las cuales posiblemente me haya fijado más. El prototipo de chica francesa es alta y delgada, con unos hombros bastante cuadrados y espalda muy recta; cuello largo y fino. Todas ellas parecen estar bañadas en la tan comentada moda francesa. La ciudad parecía una pasarela gigante. Cada fémina se vestía con algo más estilizado que la anterior, cuidando mucho su aspecto. Gustan de calzar botas altas y chal al cuello. Al contrario de otros países en los que he estado, aquí me daba la sensación de que estas muchachas estaban sumidas en una sociedad que les exigía delicadeza.
Podría decir también que su sociedad es algo desorganizada, como la española, y quizás más. La gente cruzaba en rojo los pasos de peatones, y viceversa. Por lo general los coches se paraban en el verde, pero realmente muy cerca del paso, muchas veces encima de él. Otros tantos buscaban el hueco entre los peatones que cruzaban para continuar la marcha. Es una ciudad muy cara, y cuando encuentras algo barato, es por que es algo minúsculo. En el metro, la gente no se aparta para que salgas o entres, y se hace complicado caminar ante tan poblado lugar. No obstante, en ese sentido son mejores que los alemanes, los cuales se cruzan constantemente por el camino sin saber apartarse hacia la derecha o la izquierda, como si estuvieran ensimismados, convirtiéndose en un perpetuo estorbo. No, en ese sentido, no es tan caótico en París, la gente sabe por donde caminar para hacer la corriente de peatones más fluida.
Como detalle extra, diré que quizás sea considerada la ciudad del amor, por sus parejitas, que se demuestran que se quieren en cada rincón, y además, las chicas miran continuamente entusiasmadas a sus novios como si de lo más bonito del mundo se tratase. Muy bonito, sí.
Quisiera a continuación dejar algunas anotaciones subjetivas sobre las diferente visitas a los monumentos y edificaciones que visité.
El primer sitio en visitar fue el Sagrado Corazón. Esta catedral se alza después de una ascensión de unos 5 o 10 minutos, escalón tras escalón. Durante el camino, encuentras músicos, turistas con sus cámaras, y chicos vendiendo todo tipo de souvenirs.
La catedral, en sí es espectacular, pero quizás si el interés no es ni eclesiástico ni arquitectónico, merece la pena mirar hacia atrás y hallar una bonita vista de gran parte de la ciudad. Desde el Sagrado Corazón la Eiffel parece una simple aguja.
El arco del triunfo. Un arco en medio de una gigantesca rotonda al cual se puede acceder por un subterráneo. Viendo fotos, el arco del triunfo no parece gran cosa. Pero estar allí, querido lector, es otra cosa muy distinta. La magnitud del monumento es más que impresionante. Estar allí y verlo en una foto son dos realidades totalmente distintas. Además, está completamente grabado con los nombres de diferentes ciudades del mundo. En uno de sus laterales una llama acompaña a la tumba del que sería un soldado francés anónimo.
Notre Dame. La famosa catedral conocida por todos quizás por la famosa película de Disney me llamó especialmente la atención por haberla estudiado en historia del arte, allá en 2002. Pese a no recordar muy bien lo estudiado, su planta, puerta, y gárgolas me sonaban muy familiares, como si ya hubiera estado allí. Y no, no había ningún jorobado, decepcionante para el turista criado con las películas de la empresa del hada Campanilla.
Caminando hacia la Torre Eiffel nos encontramos con los Campos Elíseos. Unos cuantos cientos de metros de césped, en donde se alza un monumento de cristal transparente por la paz. Un bonito sitio para descansar con un libro, y poder observar la torre férrea.
¡Y qué decir de la torre en sí! La imaginaba más ancha y menos alta. Pero resultó ser al contrario. La distancia entre sus patas no es tanta, pero una vez dentro sí percibes mejor su altura. Donde quiera que mires verás amasijos de hierro grande y denso, ascensores subiendo en diagonal y gente, mucha gente. Hay que saber escoger la hora de visita si no se desea esperar tranquilamente una hora o más. Por suerte, mi espera fue de unos 30 minutos.
A partir de la segunda planta de la torre, empezó a hacer un frío abnormal. Un frío de los que parten los dedos. Y cuando llegamos al punto más alto... tuve que dejar la cámara de fotos en un bolsillo. El simple hecho de sostenerla estaba acabando con mi sensibilidad. Un frío terrible, que no solo atravesaba la carne y los huesos, sino que además dejaba el alma, si la hay, aturdida.
No podía faltar el Moulin Rouge. En su entrada, carteles exponían su desarrollo en la historia, y lo que había significado. Más allá de ser lo que es por su fama, no es nada extraordinario: un cabaret con un molino rojo en su fachada.
Pero a muy pocos metros de allí, y dejo esto para el final por ser algo que consideré muy especial, se encontraba un lugar que casi encontré sin querer. La cafetería en donde se rodó parte de la película 'Amelie'. Por si a alguien le cabía la duda, es mi película favorita, y estar allí, en esa cafetería que he visto tantas veces en el televisor de casa, y saber que todas esas escenas se desarrollaron allí, era simplemente especial. Tanto, que no cabía en mí. La cafetería estaba adornada con elementos de la película, tales como: las fotos por el mundo del gnomo, la lámpara de la mesita de noche de Amelie, y algunos carteles de la película. Mi sorpresa fue aún mayor cuando descubrí que los baños, tal y como en la película, ¡eran unisex!
Pese a todo, no dejaba de ser una cafetería normal, pero no podía dejar de mirarla con otros ojos. Incluso ahora, sabiendo que estuve allí, me emociono. Cuánta ñoñería.
Seguramente me estoy dejando otros lugares que visité, como El louvre, el cual vi solo por fuera, o las galerías Laffayete, del suegro de Lady Di, pero que no faltaron las fotos. Quiero dejar claro que Paris es una ciudad para visitar, en la cual hay mucho bullicio y actividad. Que puedo recomendar al 100% con seguridad y que no hay un segundo para desperdiciar en la capital francesa.
Al final aquel mensaje en las camisetas de souvenir tenía razón:
Dejé mi corazón en París.